Ectopia

Juan Martín Prada 


«Anomalías» de situación

 

Proponer ciertas anomalías de situación ha sido una de las estrategias más habituales en el arte contemporáneo. Trasladar, introducir o hacer que algo se produzca o acontezca fuera de su lugar propio son actuaciones que podríamos considerar básicas en el establecimiento de nuevas relaciones entre lo artístico y lo extraartístico, y sobre las que siguen pivotando, en buena medida, las posibilidades de desarrollo del arte.

Una primera línea de este tipo de estrategias, la más sencilla, ha consistido en crear situaciones o insertar objetos no artísticos en contextos artísticos. Esto es algo que vemos practicado desde los primeros ready-mades (ubicar un urinario en una sala de exposición, por ejemplo) hasta muchas de las propuestas de tipo relacional (pensemos, por ejemplo, en las instalaciones de Bijl de tiendas de lámparas, electrodomésticos o colchones en espacios expositivos). Estrategias de recolocación que fueron también centrales en las vías artísticas que alumbraron las mejores reflexiones de lo que luego se vino a denominar como teoría institucional del arte[1]. En esta línea de investigación creativa se problematizaba el concepto arte en términos de lugar, desplazamiento, transposición. Y es que las metáforas espaciales son siempre las más útiles para expresar las relaciones entre conocimiento y poder, entre lo que las cosas son y lo que se quiere que estas sean.

Una segunda vía de estas «anomalías» de situación es la centrada en lo que podemos denominar la gestación ectópica de la obra de arte, es decir, implantar artefactos artísticos o llevar a cabo actos artísticos fuera de los lugares típicos del sistema del arte. En oposición a la nidación eutópica de la obra de arte, es decir, a su normal implantación en los espacios expositivos convencionales (galerías, museos etc.) para ser contemplada, se opta por ocupar lugares históricamente ajenos a los propios del mundo del arte. Este tipo de estrategia invasiva, en la que el término «obra» suele verse sustituido por el de «intervención» es la que vemos aplicada en la mayor parte de las propuestas de arte público y del llamado arte de contexto. En ocasiones, esta filtración o intromisión site specific genera una estructura fímica, poéticamente crítica, disruptiva o distorsionadora en el entorno en el que se lleva a cabo.

 

Ectopias digitales

 

Podríamos presuponer que la condición circulatoria de la imagen en la esfera mediática digital dificulta el empleo, como estrategia, de este tipo de deslocalizaciones que, en gran medida, hacen depender el arte de un juego de relaciones espaciales (entre lo que está dentro del recinto de la institución arte y lo que se halla fuera). En la infoesfera digital, en efecto, casi todo circula mezclado, no hay fronteras ni demarcaciones definidas. La idea de un espacio que permita generar un contexto de interpretación específico, como sucede en las salas de un museo, es algo impropio de lo digital. El espacio-red, conformado por las tecnologías de la conectividad, es, más bien, un espacio liso, por el que todo fluye, en el que las comparticiones y delimitaciones espaciales y territoriales son débiles.

Sin embargo, con el desarrollo de las tecnologías de realidad aumentada (RA) y la hibridación digital/material que hacen posible, se abrieron nuevas vías para la evolución de aquellas poéticas de lo ectópico, orientadas a la producción de nuevas «anomalías» de localización espacial. Este tipo de tecnologías, al ser capaces de yuxtaponer en un único lugar (la pantalla del dispositivo portátil o las gafas de RA) diferentes espacios, son netamente heterotópicas. Recordemos que Foucault empleó como ejemplos de heterotopías, de esos espacios otros, el escenario de un teatro (un rectángulo sobre el que acaban dándose cita «toda una serie de lugares que son ajenos entre sí»[2]) y la sala de cine (en donde «sobre una pantalla de dos dimensiones, se ve proyectarse un espacio de tres dimensiones»[3]). Y probablemente, la nueva creación digital tenga mucho que decir en el desarrollo de lo que podríamos denominar como una nueva poética de las heterotopías. La capacidad de estas tecnologías para la inserción de figuras, objetos, datos, incluso determinados procesos, en todo tipo de contextos espaciales físicos, ofrece nuevos caminos para las poéticas de la intromisión locativa, para ciertas contaminaciones o disrupciones espaciales. Mediante la exploración creativa de las tecnologías de localización y de realidad aumentada, se hacen coincidir, traslapándolos, objetos, espacios y emplazamientos diversos, entremezclando dimensiones de la realidad que hasta la revolución digital eran incompatibles. En torno a estrategias de mapeado, geo-anotación, movilidad y juegos de mixed-reality, emergen una serie de manifestaciones creativas proveedoras de experiencias de muy diferentes tipologías, basadas en contextos de hibridación (material/virtual). Como veremos en el capítulo siguiente, las nuevas prácticas artísticas van asumiendo un intenso compromiso con las posibilidades que ofrecen las tecnologías de realidad aumentada, capaces de remodelar nuestra interacción con los entornos físicos al incorporar en ellos elementos virtuales. Propuestas dotadas de una enorme capacidad para enrarecer en extremo esos espacios, transfigurándolos a base de injertos digitales, de intervenciones de ectopización de muy diversa índole.

Hablar de lo ectópico en relación a la cultura digital nos exige, no obstante, hacerlo también en un sentido muy diferente al descrito en párrafos anteriores. Porque no podemos referirnos solo a las posibilidades poéticas de la singularidad de esas inserciones de elementos virtuales en el espacio real. Necesariamente debemos preguntarnos también por los vacíos que el mismo Sistema-red produce. Es decir, acerca de qué podemos entender por exclusión en un entorno que se autoproclama siempre como abiertamente inclusivo y globalizador. Es preciso pensar críticamente qué está fuera de lugar en el sistema de la conectividad digital.

Es un rasgo propio del arte contemporáneo de los últimos años el haber pasado de la idea del arte como utopía (tan presente en el arte ya desde las primeras vanguardias) a la idea del arte como ectopia, como práctica que reflexiona sobre lo anómalo, lo inadecuado, en un mundo mediado tecnológicamente y en el que todo es demasiado perfecto y fotogénico. De ahí que hablar de arte sea hoy, en no pocas ocasiones, hacerlo sobre un dar a ver lo ectópico, de lo que está fuera de escena, lo escorial.

Entre la miríada de «anomalías» de situación existentes y que devienen temas de las nuevas prácticas artísticas en el contexto digital, también tenemos que referirnos, necesariamente, a la condición ectópica del deseo en relación a nuestro propio yo. Esto es, cómo en nuestro alineamiento con los parámetros de la sociedad de elevado consumo nuestro deseo se va situando anómalamente respecto a nosotros mismos, descolocándose su centro de gravedad en relación al eje de nuestro ser. Es evidente lo inadecuado de la relación que mantenemos con las tecnologías, cada vez menos instrumentos para mejorar y facilitarnos la vida y más generadoras de una dependencia adictiva y profundamente condicionante. No es pues extraño que los universos individuales elegidos como temas del arte hoy tengan que ver tantas veces con los estados ectópicos propios de los trastornos adaptativos (la ansiedad, la dependencia digital, el narcisismo, etc.) o, incluso, con algunos de los derivados de los fenómenos forclusivos, casi nunca ya desligables de la influencia de los social media. Como ya hemos comentado, la tematización crítica de qué está haciendo este contexto hiperdigitalizado con nosotros, cómo este nos mal coloca, resulta fundamental.

No decae (ni debiera hacerlo) la apuesta por el potencial cinético del arte en la economía del deseo, por su capacidad para desajustarlo respecto al eje de intereses del sistema económico, para realinearlo con nosotros mismos. Porque, a pesar de sus evidentes limitaciones para tal fin, es preciso mantener viva esa negatividad en el arte (y a la que Adorno dedicara tantas páginas) en auxilio de lo oprimido o de lo desplazado por la presión de las formas identificadoras. Esto es lo que, en parte, nos permite seguir pensando en el ejercicio del arte como una realización antitética, oposicional a las formas de pensar y sentir dominantes, productora de diferencia. Parece necesaria la defensa de esa inmanencia de lo artístico frente a las convenciones, contra los efectos empobrecedores de lo impuesto, de lo que ha asumido la hegemonía.

Así mismo, también es obligado aquí el referirnos al propio carácter ectópico del arte contemporáneo, por su complejidad, por sus sutilezas, respecto a todo lo demás que conforma la sociedad de la imagen en la que vivimos. El arte más ambicioso, el menos vinculado a la función del entretenimiento, es visto, cada vez más, como algo incomprensible, sin cabida y problemático en su engarce con las industrias de la imagen, como algo que está fuera de lugar. Es poco dada nuestra cultura a experiencias de lo abierto, de lo inmensurable. Estas consiguen con dificultad enfrentarse a las lógicas de los nuevos modelos de negocio, a la satisfacción de lo fácilmente abarcable y cuantificable, de lo que se pueda someter a la sencillez de una valoración de like o dislike. Como práctica creativa cuya pretensión no es la de generar meros pasatiempos, el arte asume un alto grado de inconveniencia respecto a los intereses de la cultura mainstream. El infinito que se abre en la experiencia del arte de más calidad es ya de por sí movilizador, al evidenciar lo limitado de nuestra existencia diaria, cercada por los estrechos confines impuestos por los intereses corporativos de las nuevas industrias de la conciencia. El arte debe seguir siendo pensamiento al margen y sobre los márgenes.

Por último, y para terminar este apartado, vamos a señalar otro tipo de inadecuación cuya comprensión nos parece también esencial para poder pensar el presente del arte en el contexto de la sociedad red: la existente entre el sistema tecnológico industrial y el natural.

Hoy, y como ya comentamos en un apartado anterior, vivimos en una sociedad intensamente interconectada digitalmente pero incorrecta o insuficientemente conectada con la naturaleza. En plena crisis climática recupera importancia aquella reflexión heideggeriana sobre la dimensión originaria del mundo de la vida (Lebenswelt), acerca del mundo antes de su parcelación por parte de las ciencias. Durante demasiado tiempo se ha mirado a la naturaleza, exclusivamente, como una trama computable de fuerzas. Mucho más tiempo del que era posible el ser humano ha actuado meramente como solicitador de ella, como si fuese un almacén, un repositorio. Aún hoy nuestros usos de la técnica continúan dándose como denunciara Heidegger, es decir, como provocación, haciendo del mundo un reservorio de existencias[4] de las que disponer, transformar y consumir hasta su extenuación.

Puede que el arte más centrado en la reflexión sobre lo tecnológico nos dé pistas sobre cómo corregir la posición desde la que seguimos entendiendo la técnica como mero instrumento. No olvidemos que, para Heidegger, la región del arte era la más apropiada para la meditación esencial sobre la técnica, al estar emparentada con ella. Se trata, en efecto, de recuperar el sentido originario de la técnica, más cercano a una actividad de desocultamiento, de poesis, que a conformarnos con emplearla como mero instrumento de explotación. Una invitación a una mirada a la naturaleza más adecuada, bajo la guía de las imágenes y narrativas proporcionadas por el arte.

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* Este texto es un fragmento del libro: Martín Prada, J.  Teoría del arte y cultura digital, Akal, 2023  

 


 



[1] Un magnífico ejemplo de práctica artística en el contexto de la crítica institucional de finales de la década de los setenta, es la intervención de Michel Asher en la 73 rd American Exhibition, en 1979, consistente en el traslado temporal de la estatua en bronce de Georges Washington que presidía la fachada del Art Institute of Chicago al interior del edificio, a una de las salas dedicadas al arte de finales del siglo XVIII, época a la que corresponde el original de Houdon. Con este desplazamiento, la obra dejaba de ser un monumento, una manifestación política, para ser contemplada simplemente como escultura, pero consiguiendo, de esta manera, transfigurar una sala de pintura antigua en una galería de arte contemporáneo.

[2] Michel Foucault, «Espacios diferentes», Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, vol. III, Barcelona, Paidós, 1999, p. 438.

[3] Ibid.

[4] Martin Heidegger, La pregunta por la técnica [1949], Barcelona, Herder Editorial, 2021.

 

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