Notas sobre el error...
Todos
lo sabemos, un pequeño error puede arruinarnos la vida si este se produce en el
momento más inoportuno. Pocos no han sentido en alguna ocasión ese vértigo de
lo que podría haber llegado a pasar si ese error se hubiera producido en otro
momento, en otro lugar, o con otra persona. Existen ocasiones perfectas en las que un mínimo fallo
tiene las más terribles consecuencias. La kairología
del error es tremendamente compleja y revela su naturaleza cruel y traicionera.
A
veces, las mayores fatalidades son la concatenación de pequeños errores, por lo
general inadvertidos (el paradigma de ello serían los terribles accidentes de
aviación, de los que se suele decir que son resultado de una «cadena de fallos
humanos y técnicos que desembocan en tragedia»).
Pero
no debiera pasarnos desapercibido algo fundamental: con frecuencia, los errores
decisivos se producen después de largas reflexiones. No siempre son errores
involuntarios. Y puede que, en el fondo, vivir consista, en gran medida, precisamente
en eso. Es algo que se revela con toda su crudeza en aquella pregunta lanzada
por una internauta en una red social: «¿Cómo se prepara uno para cometer el
error más grande de su vida?»[1]
Escribió
Pierre Legendre en El Inestimable Objeto
de la Transmisión lo siguiente: «A veces se dice (…) que el tapiz árabe
debe traer consigo un defecto, que sería en suma la marca propia, inscrita
voluntariamente, del artesano»[2].
También
Jacques Derrida aludía en una entrevista a un error parecido en la colocación
de unos azulejos en la entrada de su casa en Argelia: «este embaldosado tiene
una desigualdad. Es de flores ajustadas geométricamente y el albañil debió
equivocarse, puso una baldosa de través, algo que me ha paralizado durante toda
mi vida. Cada vez que entraba en ese vestíbulo, veía esa baldosa que no estaba
puesta como tenía que estar»[3].
Él mismo ofreció seguidamente una posible explicación: «Me dijeron —es una
hipótesis, no sé qué pensar, pero es interesante— que algunos artesanos
argelinos lo hacen adrede, es decir, que es una firma, hay que dejar algo, un
signo de algo que no está bien para conservar la memoria. Y no habría memoria
sin esto»[4].
Sí,
son diversas las razones a las que se atribuyen este tipo de errores
manifiestamente voluntarios. Está, en
primer lugar, esa que menciona Derrida, es decir, que el albañil habría tratado
de dejar una especie de firma mediante un caprichoso ejercicio de
desobediencia, de irregularidad intencionada, de desengarce. Otros achacan ese tipo de errores intencionales a
una forma de articulación entre lo perfecto (lo que supuestamente sería lo
propio de Dios «solo Dios hace obras perfectas») y lo imperfecto (lo
propiamente humano). Marie-José Mondzain explicó muy bien lo que sería ese
sometimiento al Hadith: «el
artesano no debe hacer un objeto perfecto y unificado hasta el final, porque
hay un orgullo de totalización en la obra que atenta no solamente contra la
trascendencia sino, de hecho, que atenta contra la vida. La vida de la obra
viene justamente de la existencia de ese defecto. No sirve de firma, es el
signo de la vida»[5].
No es
nada extraño que ese error en la colocación de las baldosas aparezca de forma
recurrente en las conversaciones con Derrida. Le sirve como excelente ejemplo
de lo que es, en verdad, uno de los principales centros de interés de su
pensamiento. Al fin y al cabo, la deconstrucción puso su mayor interés en esas
cosas «que no funcionan y que han quedado selladas dentro del orden»[6]. O,
en otras palabras, en todo lo que, históricamente, conformaría un orden en el
que un desorden ha quedado de alguna forma fijado en el tiempo.
Con
todo, quizá lo más importante a destacar sea que esas fórmulas del error
voluntario son, como decía Mondzain, signos de vida. Ciertamente, no es
pensable el vivir sin albergar en nuestro yo algún tipo de «malcolocación».
¿Quién podría dudarlo? es más, ¿quién
podría soportarlo?
[1] Jen
[@refinejg], post en
Twitter, 29 de mayo de 2020.
[2] Pierre Legendre, El Inestimable Objeto de la Transmisión, Siglo XXI, Madrid y México
D.F, 1996, p. 36.
[3] Jacques Derrida, «Huella y archivo, imagen y
arte. Diálogo», en Artes de lo visible,
Ellago Ediciones, Pontevedra, 2013, p. 91.
[4] Ibid. p. 123.
[5] Ibid. p. 124.
[6] Ibid. p. 123.
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